miércoles, 27 de abril de 2011

Educación, valores y crisis

Por Luz Martínez Ten

Esta claro que la escuela no ha salido indemne de la conmoción que hemos vivido el conjunto de la sociedad. Por una parte, los recortes presupuestarios que se están produciendo en educación tanto a nivel de plantillas, privatización o la reducción de los salarios de las trabajadoras y los trabajadores de la enseñanza, son algunos ejemplos de la repercusión de las medidas de recortes sociales. Por otra, el alumnado expresa los temores y dudas ante una situación que vive de forma directa en su entorno más próximo, ya sea porque en su familia hay situaciones de desempleo, porque existen dificultades para hacer frente a la hipoteca y las necesidades básicas, o por la información que reciben a través de los medios de comunicación. En distinto grado, desde los primeros cursos hasta bachillerato, alumnas y alumnos perciben de forma personal, tanto las dificultades, como la inseguridad que se ha generado en el entorno de las familias y expresa de diferentes formas su inquietud ante la situación actual y el futuro.
Comprender las causas de la compleja realidad económica requiere de un alto grado de abstracción. Aún así Joan Pagés y Neus González, explican que las consecuencias sociales de la actual crisis económica son una razón más que suficiente para justificar su enseñanza en la escuela obligatoria. Contenidos como el modelo económico del sistema capitalista, la globalización, la desregulación de los mercados, la política europea, la repercusión en los países en vías de desarrollo, el paro y la precariedad laboral, son algunos de los temas que se proponen abordar, con distintos niveles de profundidad, desde el análisis situaciones de cotidianas y concretas para, gradualmente, pasar a análisis más complejos y globales.
La educación no puede vivir de espaldas a la realidad, por lo que abordar un tema tan importante, resulta no solo coherente, sino imprescindible. Como imprescindible es que los alumnos y alumnas comprendan que las razones por la que se ha provocado la crisis, responden a un modelo neoliberal que de no ser transformado nos abocará a situaciones cada vez más dramáticas tanto a nivel local como global, tal y como hemos manifestado desde las organizaciones sindicales y los movimientos sociales. La pregunta que nos hacemos es si es suficiente conocer las causas y sus consecuencias. Desde la perspectiva de la educación en valores, el conocimiento es un primer paso para el desarrollo de una conciencia crítica, al que deben seguir la formación en actitudes responsables y solidarias con el tiempo y la sociedad en el que les ha tocado vivir.
Solo desde la toma de conciencia, comprendiendo el estado de un mundo cada vez mas globalizado, podemos adquirir actitudes que nos llevarán a actuar de forma coherente con nuestros valores. El problema surge cuando relacionamos el origen de la crisis, en los mercados financieros con nuestra propia realidad. Podemos explicar por diversos medios didácticos como las decisiones que se toman a nivel supranacional tienen consecuencias en el empleo de sus padres y madres, en la carestía de los bienes básicos o en incluso en las actividades de la propia escuela. Existen numerosas experiencias para enseñar cómo las acciones que realizamos en el mundo desarrollado, tienen consecuencias inmediatas en los países llamados en vías de desarrollo, o cómo de seguir a este ritmo de crecimiento, terminaremos con la sostenibilidad del planeta. La educación en valores, la educación para el desarrollo y la educación para la ciudadanía, tienen ya una larga trayectoria que resulta fundamental en la formación integral y social del alumnado.
En el momento actual, en el que la toma de decisiones parece tan lejos de nuestra capacidad de influencia, todo este baraje teórico y práctico de la educación en valores, resulta imprescindible para dar un paso más en el cambio de modelo que debemos propulsar para lograr que cada ciudadano y ciudadana que hoy se sienta en las aulas, mañana, sienta y actúe como tal, en un mundo global.
El camino no es fácil. El cuestionamiento de los derechos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores, las decisiones de recorte en los derechos sociales, el discurso del desarrollo sin freno y la competitividad, para sostener la confianza de los mercados, ha minado a su vez la credibilidad de las organizaciones y las instituciones que sustentan la vida democrática, como los sindicatos, que hemos sufrido la persecución de una campaña de descrédito permanente avalada por los intereses de una derecha que hablaba en nombre de la ciencia económica.
Así, lo que parece urgente recuperar es la confianza en nuestra capacidad para incidir en la realidad y transformar el contexto en que vivimos, tanto de forma individual como colectiva. Por que si no educamos en la creencia de que otro mundo es posible, estaremos abocados a no encontrar la salida. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar recordando que cada persona formamos parte de un sistema, y por lo tanto, tenemos una inmensa capacidad de dirigir el barco en una u otra dirección. En segundo lugar comprendiendo las causas de la crisis y sus consecuencias en nuestro entorno más próximo, pero también en el conjunto del planeta, en todos los niveles, desde el educativo, sanitario.. hasta el medioambiental. Y, una vez que hemos situado el problema, parece imprescindible redefinir el modelo al que aspiramos. Esto es lo difícil y lo imprescindible, me comentaba Marta Scarpato hace unos días, mientras reflexionaba sobre las posibles alternativas a las propuestas de desarrollo sin freno e insolidario que nos abocara a la desaparición de los recursos y aumentar la brecha de la injusticia entre personas y países. Reconstruir el discurso es buscar alternativas, como las que se están proponiendo desde muy diferentes espacios de participación social, política y sindical.
Cuando el relato abre las puertas de lo posible, es más sencillo creer en nuestras acciones. Las maestras y los maestros tenemos que retomar el camino de la educación en valores para devolver la confianza a las alumnas y alumnos que hoy se asoman al futuro con desconcierto. Hoy, más que nunca, tenemos que enseñarles a tener una actitud crítica que les lleve a comprender el porqué hemos llegado hasta aquí. Retomar el valor de las instituciones, sindicatos, partidos y organizaciones, sobre los que se sustenta la participación de la ciudadanía. Mostrarles que pueden existir otras formas de habitar el mundo acorde con los valores de cooperación, igualdad, solidaridad y sostenibilidad. Y practicar la participación democrática en el centro, donde cada uno y cada una, es reconocida en su singularidad y su diversidad.
La confianza es la base sobre la que se sustenta la relación educativa. Creer que otro mundo es posible es el único camino para construirlo. Por eso es necesario comprender la crisis económica, pero no detenernos tan solo en el análisis, sino educar en actitudes y valores que cimienten la participación tanto individual como colectiva de los ciudadanos y ciudadanas del mañana.
Como afirmaba Kofi Anan, cuando los jóvenes y las jóvenes le preguntaban qué deberían hacer para convertirse en buenos ciudadanos globales, contestaba que es necesario empezar por su comunidad, su escuela, que hagan bien lo que puedan y partan de ahí. Si alguien ve que algo está mal, que organice a sus amigos y haga algo al respecto2.
Es hora de confiar en que otro mundo es posible solo si creemos en la participación y en la posibilidad de cambio. Educación y valores transitan de la mano en tiempos de crisis.

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